Génesis 2:4-7
Estos
son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que
Jehová Dios hizo la tierra y los cielos, y toda planta del campo antes que
fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque Jehová
Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que
labrase la tierra, sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la
faz de la tierra. Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra,
y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
Los seres humanos estamos ligados a la
naturaleza, la tierra, la realidad de la vida y el texto del génesis lo expresa
de forma explícita, invocando la palabra tierra; por lo tanto la tierra debe
ser importante para la humanidad.
Cuando los
españoles vinieron a estas tierras, se encontraron con una sociedad muy
organizada. Y un elemento que está presente en nuestras mesas en el presente,
tiene que ver con el descubrimiento ese gran fruto de la tierra. Según, el
doctor Manuel Luis Escamilla: el maíz tuvo que ser la base de su vida”[1],
“el maíz es parte central de la dieta de los pueblos precolombinos”[2],
pues eran agricultores.
Lucy Ortiz
agrega: “el maíz a diferencia de otros cereales, se puede cultivar casi en
todos los climas, casi todas las altitudes, casi todos los suelos. Se cultiva
pronto, se almacena con facilidad y se conserva por largo tiempo; se prepara
con sencillez y no requiere de equipos complejos para consumirse. Todo puede
hacerlo la familia de bajo recursos en
casa… esta prodigiosa herencia vegetal, actualmente adaptada a casi todas las
regiones del mundo constituye un tesoro genético para el desarrollo de nuevas y
mejores variedades del maíz. Por el lugar que ocupa en la alimentación de la
población mundial, por su incomparables cualidades nutritivas, por las ventajas
que ofrece para su cultivo y la diversidad de productos derivados que se
obtiene de este prodigiosos grano… el maíz es un milenario legado genético colectivo
nuestro al que hoy rendimos homenaje, y debemos hacer más que un homenaje un
muro defensor de este legado nuestro ante los abusos al que es expuesto, que
arremete en contra de la vida hasta la extinción, sometido al sacrilegio, por
el irrespeto desmedido de unos cuantos que pretenden cambiar el pan por
bacterias, plásticos y demás hechizos químicos, a nuestro grano básico
ancestral…”[3]
Pero también es
importante señalar que el maíz depende de la tierra y “la Biblia presenta la
hombre como cuidador de la naturaleza (Gen.1.26-28)… excluyendo su destrucción”[4].
“ni la tierra, ni los animales pueden reivindicar el respeto de sus derechos.
“Son los seres humanos los responsables de la destrucción de los ecosistemas”[5].
El legado de nuestros ancestros, es un elemento que se consume en el mundo
entero, hasta nuestros tiempos, ¿eran esas culturas inferiores?...
Hoy día debemos
defender la vida de la tierra, cuidarla, protegerla, porque ella nos da el
sustento de cada día, los frijoles, el arroz y el maíz. Como hijos obedientes
de la Palabra de Dios, debemos de cuidar su creación. Sin la naturaleza el
hombre está condenado a la muerte, pero la contradicción es que la naturaleza puede vivir sin el
hombre.
La violencia no
es solamente sobre los hombres sino también sobre la naturaleza y son pocos los
que alzamos la voz en su defensa, porque la naturaleza no se comunica como los
seres humanos, es otra su forma de comunicarse, pero que no la entendemos, por
vivir tan separado de ella, pero debemos identificar a la naturaleza arraigada
al ser humano, a nuestra vida, que si la naturaleza sufre, sufre el hombre;
pero si la naturaleza es protegida, el hombre está protegido.
[1] Escamilla,
Manuel Luis. Hispanoamérica en la ruta de su identidad, encuentro de dos
mundos. San Salvador: Dirección General de Publicaciones e impresos
CONCULTURA, 1994. p.74
[2] Ibíd.,
p.78
[3] Ortiz,
Lucy. «Estimados hermanos todos hijos del maiz.» Diario Co Latino, 11 de
Septiembre de 2014: p.11.
[4] Houtart,
Francois. «Un paradigma postcapitalista: El bien común de la humanidad.» Nuestro
Tiempo, 2012: p.9-19.
[5] Ibíd., p.11
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